
Durante los años 50 y 60, la gran mayoría de los cultivos eran rociados con DDT debido a su bajo coste y su gran eficacia contra inquilinos no deseados en las cosechas. Esto continúo durante unos 25 años más, pero en 1970 su demanda decreció bastante por causa de unos estudios que se realizaron durante la década de los 60 y que concluían que estas sustancias organocloradas eran nocivas para la salud humana. Este tema tuvo una gran repercusión en toda Europa, ya que la gente comenzaba a dudar sobre el beneficio que daba el DDT a el campo…En España se prohibió en 1974.
Ø Insecticidas. Elimina todo tipo de insectos (saltamontes, escarabajos, pulgones, gorgojos, hormigas) y un gran número de clases de artrópodos.
Ø Fungicidas. Elimina los hongos del suelo y sobre todo aquellos microscópicos que son los que más daño hacen a los cultivos, como por ejemplo el Ustilago mays que castiga fuertemente las cosechas de maíz. Con este tipo de sustancias químicas hay que ser un poco cuidadosos, ya que existen en el suelo hongos no visibles al ojo humano que permiten una mayor y mejor absorción de micronutrientes, como nitrógeno y fósforo, por parte de las raíces gracias a su asociación con éstos.
Ø Acaricidas. Se encargan de terminar con ácaros y similares.
Ø Nematocidas. Los nematodos son un tipo de gusanos cilíndricos que atacan las raíces de las plantas. Estos compuestos químicos se encargan de que esto no ocurra.
Ø Rodenticidas. Como habréis imaginado, este tipo de pesticida acaba con los roedores y en general con muchos micromamíferos.
Ø Bactericidas. Elimina ciertas clases de bacterias nocivas para la plantas cultivadas. Al igual que los Fungicidas, hay que tener especial cuidado al aplicar estos productos ya que podemos eliminar del suelo bacterias beneficiosas para la plantas y sus raíces, como por ejemplo, aquellas que ayudan a fijar nitrógeno atmosférico a las raíces de las plantas y otras sustancias esenciales para el crecimiento y el desarrollo vegetal.
Ø Molusquicidas. Arrasa con determinados grupos de moluscos, como caracoles y babosas
Ø Herbicidas. Se encargan de matar las llamadas “malas hierbas” de los cultivos que disminuyen el rendimiento de los suelos. Estos pesticidas son los más utilizados en los campos de cultivo.
Ø Pesticidas de uso fitosanitario o productos fitosanitarios: los destinados a su utilización en el ámbito de la sanidad vegetal o el control de vegetales.
Ø Pesticidas de uso ganadero: los destinados a su utilización en el entorno de los animales o en actividades relacionadas con su explotación.
Ø Pesticidas de uso en la industria alimentaria: los destinados a tratamientos de productos o dispositivos relacionados con la industria alimentaria.
Ø Pesticidas de uso ambiental: los destinados al saneamiento de locales u otros establecimientos públicos o privados.
Ø Pesticidas de uso en higiene personal: aquellos preparados útiles para la aplicación directa sobre el hombre.
Ø Pesticidas de uso doméstico: cualquier preparado destinado para aplicación por personas no especialmente cualificadas en viviendas o locales habitados.
Ø Organoclorados. Un claro ejemplo fue el malogrado DDT. Son compuestos con mucho cloro y que además se bioacumulan en las cadenas tróficas.
Ø Carbinoles. Componentes de la mayoría de los acaricidas.
Ø Organofosforados. Compuestos con un alto contenido en fósforo, y esto en el medio edáfico provoca la inhibición de otros nutrientes
Ø Sulfonas y Sulfonatos. Tienen el mismo fin que los carbinoles y son poco tóxicos.
Ø Carbamatos. Son los más “ecológicos” y los que menos daño hacen al medioambiente, ya que se degradan fácilmente.
Ø Diazinas y Triazinas. Sustancias utilizadas para combatir hongos (fungicidas)
Ø Compuesto Fenólicos. Contienen fenoles y derivados de estos y de utilizan como Herbicidas.
Ø Arsenicales.
Ø Derivados de cumarina.
Ø Derivados de urea.
Ø Dinitrocompuestos.
Ø Piretroides..
Ø Gases o gases licuados.
Ø Fumigantes y aerosoles.
Ø Polvos con diámetro de partícula inferior a 50µ.
Ø Sólidos, excepto los cebos y los preparados en forma de tabletas.
Ø Líquidos.
Ø Cebos y tabletas.
©Emilio J. Orovengua